viernes, 17 de diciembre de 2010

En El Borde

Era una noche de Luna nueva, tranquila, fría, como todas las noches de junio. La casa del embajador desbordaba, como siempre, de gente.
Esa noche no se festejaba el cumpleaños de ninguno de los presentes, ni la asunción de nadie al poder. Esa noche se celebraba un concierto privado que buscaba recaudar fondos para la fundación de Lourdes Miró.
La gran artista tenía, entre otras, una fundación que ayudaba a los niños abandonados de la ciudad.
La estrella de la fiesta, como de costumbre, era ella y esa noche aprovecharía para presentar su nueva creación, la obra que le había costado los últimos cinco años de su vida y que hoy por fin sería mostrada al mundo.

No faltaba nadie. Estaban los amores de Lourdes: su novio Jorge, su maestro de toda la vida y su hermana.
Criadas en una familia de artistas, las hermanas Miró, habían cosechado muchos éxitos a lo largo de sus vidas. Las dos llegaron a ser primer violín de la Orquesta de Hunter. La hermana de Lourdes llegó a ser primer violín antes que ella, a pesar de ser menor, pero luego de cuatro años de encabezar la orquesta le detectaron la enfermedad de Paget, que de la noche a la mañana deformó sus muñecas. Lourdes fue convocada para tomar el puesto de su hermana en la Orquesta.

Olivier Goutês, el profesor de Lourdes, llevaba un violín para agasajarla por El último vals la obra que presentaría esa noche.
Él sabía que ella subastaría el violín o lo donaría a otra fundación, pero de todos modos quería regalárselo. Lourdes nunca se queda con los regalos que le dan y menos si son violines. Ella conserva el único violín que ha tenido desde siempre. Su padre se lo dio a los siete años, cuando, siendo la más alta de su clase, su mano, con el brazo extendido, por fin pudo tocar la clavijera. Ese violín creció con ella y no lo cambiaría por nada. Olivier Goutês compartía con Lourdes muchos negocios y además compartían el gusto por componer. Habían creado muchas sonatas, operetas y valses, pero esta vez ella había compuesto sin él y no le había pedido ayuda ni en la etapa de corrección, así que la expectativa por la presentación era muy grande.

Jorge Pratt estaba con la artista desde hace diez años y compartían todo, menos el amor por la música. Él sentía que no podía competir con el violín. Discutían a menudo por el tiempo que ella dedicaba a su arte y por la falta de interés que ponía en los encuentros con él. Jorge la acompañaba a todas las ceremonias y a todos sus compromisos, estaba muy informado de los negocios y de las tareas en las fundaciones de Lourdes pero no soportaba que, en casa, ella le dedicara más tiempo a la música que a él.

Lourdes estaba en un cuarto apartado de la sala donde se llevaría a cabo la presentación. Decidió no comer con los invitados y arreglarse sin que nadie la vea.
Era su noche. Todo tenía que salir como ella lo soñó.
Después de maquillarse, y peinarse largo rato su rubia cabellera, tomó el violín, lo desenfundó y empezó a afinarlo. Luego lo dejó al lado del estuche y sacó del bolsillo una foto. En la foto se veía la espalda de un hombre que miraba hacia la orilla de un río, la contempló por un momento y sus ojos se llenaron de lágrimas, movió la cabeza como para olvidar y cogió nuevamente el violín, tocó las penta tónicas de sol, la escala que más le gustaba, y con su voz se acopló a las notas. La música vibraba en su cabeza, entre el aroma de jazmines. De pronto sintió un golpe en la nuca que la hizo caer.

En la sala principal, los invitados empezaban a alarmarse. Ya había pasado la hora programada para la presentación de Lourdes y ella no aparecía. Ninguno se animaba a acercarse al cuarto en el que sabían, se prepararía, porque ella misma solicitó que nadie la molestara, que llegada la hora saldría a tocar.
Hacia la medianoche, luego de esperar más de una hora a la artista, el embajador fue a buscarla y no encontró más que el violín roto en el suelo de la habitación.

La policía llegó inmediatamente. La seguridad de la residencia del embajador era tal que Lourdes no habría podido salir sin ser vista por alguno de los agentes. La policía buscó en los alrededores sin encontrar rastro de la artista.

A la mañana siguiente los diarios anunciaban la extraña desaparición de la música y el número ganador de la lotería que le daba a un único afortunado más de un millón de dólares, era la primera vez en mucho tiempo que el pozo mayor no se repartía.

Nino Rojas, aficionado a los juegos de azar, casi al borde del la ludopatía y detective retirado a la fuerza, por primera vez, en diez años compró el diario de la mañana. Solía pararse frente al quiosco y enterarse de los titulares mientras anotaba en una pequeña libreta (única señal de su antigua profesión) los números ganadores de la lotería, y seguir su camino al bar de siempre, para quedarse ahí y emborracharse hasta que lo botaran.

Seguía la misma rutina. Luego del desayuno salía con rumbo al quiosco de la esquina, para anotar los números de la lotería semanal o de las apuestas diarias, después iba al parque y dejaba pasar el día mirando a la gente seguir con sus vidas, o si estaba de buen humor, deambulaba hasta la hora del almuerzo, siempre con una botella de ron bajo el brazo. La noche lo encontraba todos los días en el bar de Carmen.
No esperaba nada. Vivía por vivir. Respiraba sólo por saber al día siguiente qué número había ganado y sí por fin se cumpliría su sueño de ser el afortunado. Y dado que nunca le tocaba la suerte, se adormecia con el alcohol.

Pero esta vez, poco le importó que el muchacho con el que se tropezó, la noche anterior en el tren, hubiera sido el único ganador de más de un millón de dólares.
Con el diario bajo el brazo se dirigió al bar a estudiar el caso como lo hubiera hecho en su época de gloria.

Los diarios siguieron la historia de la artista desaparecida hasta que la policía sentenció que había huido con un amante. No se les ocurrió otra cosa y la única explicación “buena” que pudieron formular fue esa. Nino Rojas decidió acercarse a la familia y ofrecer sus servicios dándose una oportunidad para demostrar que no era incompetente.

La hermana de Lourdes se encontraba en casa con Jorge. Él estaba cumpliendo el papel de la artista desaparecida, la cuidaba y la ayudaba en todo lo que no podía hacer con sus manos. En los años siguientes a la aparición de la enfermedad de su hermana, Lourdes se volvió casi una extensión de ella. Ahora que la violinista no estaba, Jorge se había ofrecido para acompañarla ya que ella no soportaba a las enfermeras.

La hermana de Lourdes no oyó ninguno de los argumentos que Nino Rojas le dio para empezar una investigación privada, ella decía que si la policía no pudo encontrarla, ni él ni nadie podrían, que deje las cosas como están, que si Lourdes se fue, seguro tendría sus razones. Por su lado Jorge Pratt trataba de convencerla de que tal vez sería buena idea que un detective siguiera el caso, pero no insistía lo suficiente como para mostrar convicción y ese día no llegaron a ningún acuerdo.

Rojas empezó su investigación, sin el consentimiento de la familia. Para él el caso se estaba volviendo un capricho, una prueba que forzaría su destreza. Quería demostrar que podía encontrar a Lourdes Miró con o sin vida, pero que la iba a encontrar. Para él era imposible que haya desaparecido sin dejar rastro y era muy extraño que la gente de su alrededor se conforme con una respuesta tan vaga por parte de la policía.

*

Comenzaba el mes de Setiembre y Nino Rojas seguía buscando pistas que lo lleven al paradero de Lourdes Miró. El detective mantenía contacto con ciertos agentes de la policía que le dieron toda la información necesaria para iniciar y mantener por dos meses su búsqueda.

Rojas consiguió entrevistarse con Olivier Goutês, cosa difícil dado que el Maestro se había vuelto un tipo muy ocupado luego de la desaparición de Lourdes. Goutês recibió al detective con muy buen humor y le agradeció por todo lo que estaba haciendo. La mejor manera de mostrar su gratitud fue pagandole todos los gatos que originen la búsqueda de su discípula y socia de toda la vida.

El violinista le contó que la noche de la fiesta él había estado conversando con la esposa del embajador casi toda la velada y que no vio a Lourdes desde la tarde, cuando la acompañó a comprar unas joyas para la presentación.
Le contó también que era imposible que Lourdes haya tenido un amante, porque su agenda se lo impedía y además su círculo de amistades era muy pequeño. Por la forma cariñosa en que el maestro hablaba de ella, Nino Rojas dedujo que le importaba mucho que Lourdes aparezca con vida, aunque seguía como sospechoso al quedar como dueño absoluto de los negocios de la artista. Por otro lado, otra sospechosa era la hermana de Lourdes que quedaba con toda la herencia y con todos los réditos provenientes de las obras de su hermana desaparecida.

Empezaba a hacer calor y Rojas decidió comprar un helado en la calle Ferdinand que queda junto a la Plaza de los Corrales donde los días sábados se presentan artistas callejeros y se monta un mercado ambulante.
Nino Rojas, helado en mano, empezó a deambular entre los puestos improvisados llenos de telas de colores y olor a incienso. Le llamó la atención un puesto que vendía discos antiguos. Se detuvo largo rato ojeando los discos que estaban dispuestos en una caja. Atrajo su mirado un compilado de Vals Musette y recordó que Lourdes iba a presentar su vals el día que desapareció.
Era sábado así que no podía ir al centro de registros a ver el estado de la obra.

Siguió caminando hasta que se chocó con un tipo que le sonrió y le lanzó un billete de cien dólares, Nino Rojas lo recogió y siguió al muchacho que rápidamente se confundió entre la multitud, dejando como único rastro caras confundidas de personas que no entendían por qué un desconocido le daba dinero. El detective trato de seguirlo por varias cuadras, hasta la estación central, donde el muchacho desapareció.

Nino Rojas, acariciando el billete, se quedó de pie frente al reloj de la estación pensando que necesitaba zapatos nuevos.

El lunes en la mañana el detective se presentó en la oficina de registros para buscar a Joao Pepe un brasileño que le debía favores. Joao logró encontrar los datos de El último vals, obra registrada por Lourdes Miró una semana antes de su desaparición.
Lourdes tenía registrada más de veinte obras; su hermana, solo tres. Ese dato llamó la atención de Nino Rojas: si su hermana se había pasado la vida escribiendo ¿cómo es posible que solo tenga registradas tres obras?

El detective intentó hablar nuevamente con la hermana de Lourdes, esta vez la encontró sola en la casa. Jorge había salido a comprar algunas herramientas para reparar un tubo de la cocina.
La hermana de Lourdes recibió a Rojas con una hermosa sonrisa y lo primero que hizo fue advertirle que tenga cuidado de cada uno de los pasos que daba, porque el agua de la cocina había llegado hasta la sala.

Rojas trató de conversar con la anciana de todo, menos de la desaparición de Lourdes. Poco a poco fue ganandose su confianza. Así logró saber que ellas habían sido muy unidas y que se querían mucho a pesar de que, según su hermana, Lourdes le había quitado su puesto en la Orquesta de Hunter y que además había tenido todo lo que siempre quiso, menos la dicha de interpretar El último vals. En este momento la hermana de Lourdes calló y su rostro se volvió cenizo perdiendo la alegría con la que antes había recibido al detective. La hermana de Lourdes empezó a mirarse las manos y maldijo el momento en que su cuerpo la obligó a dejar el violín.

- Lourdes es la mejor solo porque yo dejé de tocar. El último vals es mio. Yo lo cree y Jorge lo inspiró, Lourdes lo podía ejecutar, pero, ella sabe que sin nosotros nunca hubiera podido componer nada- dijo, mientras se levantaba para ir hacia una de las ventanas.

Cuando el detective logró encontrar una frase para seguir con la charla entró Jorge Pratt y colérico lo despidió gritándole que no podía irrumpir de esa manera en la casa de una anciana que no tiene cómo defenderse.

A la mañana siguiente llegó un paquete a la casa de Nino Rojas, de parte de la hermana de Lourdes. Envuelto buble pack, estaba el estuche del violín de Lourdes con el violín roto en su interior y un jazmín, con una nota que era apenas legible:
La espalda del asesino decía en el papel amarillento que parecía haber sido arrancado de la pared. Rojas revisó todo el estuche hasta que encontró una foto en la que se veía a un Hombre de espalda a la cámara, contemplando un río. “La espalda del asesino” decía la nota pero ¿quién era el hombre de la foto? y por qué “asesino” si el cuerpo de Lourdes no había sido encontrado. Al parecer la hermana sabía más de lo que decía.

*

Nino Rojas llegó al bar de siempre pero esta vez no tenía planeado emborracharse, esta vez iba a encontrarse con Gaspar, un oficial de la policía que dijo tener una pista sobre el caso de Lourdes Miró.
Gaspar le dio al detective un documento que fue separado del legajo de la investigación principal que realizó la policía, al momento de la desaparición de Lourdes, por no tener relación con el caso, según los agentes a cargo. El documento era una orden para que la hermana de Lourdes se realice un análisis de ADN ya que en la habitación de la residencia del embajador donde estaba Lourdes la noche en que desapareció, habían encontrado gotas de sangre que, al parecer pertenecían a la artista.
El documento había sido escondido porque la hermana de Lourdes se negó al examen y realizó una donación muy grande para que dejen el caso como estaba.
Las gotas de sangre iban de la silla que estaba frente al espejo hasta la puerta y se perdían en la alfombra que atravesaba el living de la residencia. La policía quería confirmar que la sangre era de Lourdes y que esta había salido de la casa con alguna herida, la hermana apoyó la conjetura sin realizar el examen. Al parecer Lourdes tropezó, rompió el violín y se lastimó con las astillas de la madera, luego se fugó. La policía creyó eso y la hermana de Lourdes insistió en que cerraran el caso.

Nino Rojas llegó a su casa y examinó el violín, cogió una lámpara de luz ultravioleta y la pasó por todos los trozos del violín. Como esperaba, no encontró nada. Pero faltaba una parte del violín, los trozos no estaban completos. Si Lourdes se hirió con el violín se llevó la parte que faltaba, o alguién la hizo desaparecer.

A la mañana siguiente Nino Rojas se presentó nuevamente en la casa de las hermanas Miró para conversar con la hermana de Lourdes sobre el violín y la nota que esta le había mandado.
La hermana de Lourdes ni siquiera salió a recibirlo y fue Jorge Pratt quien con una enorme sonrisa y la mayor amabilidad del mundo le ofreció un té con las respectivas disculpas de parte de la hermana de Lourdes. Le dijo que esa semana ella se había sentido muy mal y que no podía recibirlo. Pasaron a la cocina y Jorge calentó el agua y puso las tazas para el té. A lo lejos se escuchaban los gritos de la hermana de Lourdes que pedían que el detective se vaya, que no tenía nada que hacer en ese lugar.
Jorge se disculpó y dijo que el medicamento que estaba usando le ponía los nervios de punta, que ella no solía ser así.
Nino Rojas preguntó si las hermanas poseían alguna otra propiedad y Jorge Pratt le contó sobre la casa del río, donde ellos pasaban sus vacaciones. Le contó sobre las fiestas que realizaban en ese lugar y sobre la paz que se sentía ahí.
Muchas de las obras que compuso Lourdes fueron inspiradas en ese lugar.

Rojas se mostró muy interesado en ir a la casa del río y verificar si Lourdes no estaba allí, le explicó a Pratt que tal vez ella no se escapó sino que se tomó un respiro, por los nervios o por estrés y se retiró en la casa del río.
El novio de la violinista dijo que eso era imposible porque el primer lugar que revisó la hermana de Lourdes fue precisamente la casa del río. Y estaba igual como la dejaron la última vez que estuvieron allí, así que era tonto pensar que Lourdes estaba escondida en ese lugar, además las únicas que tenían llave de esa casa eran Lourdes y su hermana y no iba a ser buen momento para pedirle autorización para ir a inspeccionar.

A pesar de que temía lo que iba a pasar, el detective preguntó sobre las gotas de sangre que se encontraron en la habitación de la residencia del embajador. Vestida con un camisón verde de tul que caía livianamente sobre su cuerpo encogido, la hermana de Lourdes bajó las escaleras gritando y maldiciendo a Nino Rojas obligándolo a salir de la casa. Jorge Pratt pedía disculpas mientras llevaba al detective del brazo, hasta la puerta principal.
En la entrada de la casa Jorge se acercó a Rojas y le susurró “Para suerte del maestro, Lourdes desapareció”. El detective volteó e intentó preguntarle algo, pero solo vio a dos centímetros de su rostro la pintura negra, envejecida, de la enorme puerta de cedro de la casa de las hermanas Miró

Ya en la calle, Nino Rojas fue golpeado por un chico en bicicleta que venía hacia él y que no pudo advertir. El chico cayó y pidiendo disculpas ayudó al detective a levantarse, la mejor manera que encontró para pedir perdón por su torpeza fue regalarle la bicicleta azul con la que lo había atropellado y dos billetes de cien dólares, Nino Rojas no aceptó la oferta aduciendo que no le había hecho daño pero ya era muy tarde y el chico había desaparecido.
Con la bicicleta en el suelo, tocando la punta de sus zapatos nuevos y dos billetes de cien dólares que no recordaba haber recibido, Nino Rojas se dio cuenta que, a pesar de que insistió muchos años, su padre nunca le enseñó a andar en bicicleta.

*


Cuerda cuatro, dedo dos; cuerda tres, dedo uno; cuerda cuatro, dedo tres; cuerda tres, dedo dos y cuerda cuatro, dedo uno.

Las penta tónicas de sol, esos acordes con aire de música oriental llenaban el alma de Lourdes Miró. Aficionada al juego, tan cerca a la ludopatía como el hombre que ahora la buscaba, se pasó la vida entera apostando a los mismos seis números, que obtuvo de mezclar los dedos y cuerdas de las penta tónicas de sol. Todos los que la conocían, conocían su vicio y se lo permitían porque era Lourdes Miró, ¿quién le puede negar algo a Lourdes Miró?

Ella misma compraba el boleto de lotería y apostaba al 5 42 31 43 32 41. Era casi imposible que esos números, siendo tan cercanos, rueden en ese orden, por la bolillera y lleguen a la mano del presentador que cada fin de semana cantaba los seis números que se necesitaba tener en el boleto para volverse en el nuevo millonario. Pero después de casi cuarenta años apostando al mismo número las posibilidades de que por fin sean cantados por el presentador empezaban a ser un poco altas.
No había fin de semana que Lourdes Miró no tuviera en sus manos ese boleto con los números que la harían feliz.

Nunca compró el boleto por la plata que podría ganar, siempre lo compró por el gustó al azar, por la adrenalina que corría por su cuerpo cuando el presentador anunciaba un número cercano al que ella tenía y por la dulce angustia que tenía toda la semana y que se disipaba el día domingo y que volvía a enloquecerla el lunes por la mañana cuando compraba otra vez el 5 42 31 43 32 41.

Lourdes Miró encontró en su pequeño asistente un cómplice que se angustiaba y alegraba con ella cuando ganaba un boleto gratis por haber coincidido con dos números de los anunciados el domingo en la noche. Su asistente era tan fanático de ella como de la lotería y apostaba a un juego de números que, según él, era de buena suerte, pero en ninguna ocasión había logrado acertar, ni siquiera ganó un boleto gratis como Lourdes que había ganado muchos en todos los años que llevaba jugando.
El asistente tenía mala suerte, pero era muy buen asistente. Ayudaba y hacía todo lo que Lourdes necesitaba pasando desapercibido. Ella no necesitaba pedir nada, él ya sabía lo que precisaba y lo organizaba antes de que lo solicitase.
Era un ser etéreo, pasaba sin ser advertido.
A Lourdes le gustaba esta cualidad del asistente que no lograría de ninguna manera opacarla. Ella parecía llegar a todos los lugares sola, y nadie se percataba que a su lado siempre estuvo su fiel asistente.

*

El detective recibió un llamado de Olivier Goutês para hablar en su oficina sobre el caso de Lourdes.
Goutês enviaba semanalmente un cheque a Nino Rojas para financiar los gastos de la búsqueda de su alumna de toda la vida. El maestro tenía la certeza de que el asesino era Jorge Pratt y necesitaba que el detective lo confirme. Pero Rojas no podía hablar de asesinato ya que el cuerpo de Lourdes aún no había sido hallado.

En realidad, el día de la entrevista, Rojas no podía ni hablar.

Llegó tarde a la reunión y tambaleandose le explicó a Goutês que necesitaba más tiempo para ordenar las pistas y las evidencias.
Luego de reponerse de la sorpresa de ver a su detective completamente borracho, el maestro acompañó a Rojas hasta la puerta diciendole que se contactaría con él la siguiente semana. Camino a la salida Rojas perdió el equilibrió y dejó caer la carpeta que llevaba en sus manos.

Fotos y documentos quedaron esparcidos por la alfombra y el maestro inmediatamente se agachó para ayudar al detective que no podía coordinar sus movimientos.
El violinista tomó un par de fotos, en una se veía el violín de Lourdes roto y en la otra la espalda de un hombre mirando al rio.
Los dos amores de Lourdes – Dijo el maestro, mientras le entregaba las fotos a Rojas.
¿Los dos amores? - Preguntó a su vez el detective- ¿Usted conoce a este hombre?-
-¡Por supuesto!, es Jorge Pratt.

A Nino Rojas se le fue la borrachera, se levantó llevando la carpeta hasta el escritorio del maestro. Le pidió café.

Para el detective, Jorge Pratt no tenía motivos para deshacerse de Lourdes, pero el maestro creía que el novió de Lourdes no la soportaba y que estaba con ella solo por su dinero. “Pero en ese caso le convendría tenerla cerca y sobretodo viva para poder aprovecharse de ella”, pensó Nino.
Las ideas giraban en la cabeza de Nino Rojas entre el alcohol y el café. Decidió preguntar entonces por el jazmín que se veía al lado del violín roto. Quería saber si tenía algún significado para Lourdes.
El maestro le contó que a Lourdes no le gustaba ninguna flor en especial, pero que a su asistente le encantaban los jazmines. El se los llevaba aunque ella no se lo pidiera. Ella los aceptaba porque estimaba mucho a su asistente.

Nino Rojas le pidió al maestro más información sobre el asistente, tal vez él sabría qué le pasó a Lourdes.
El violinista no sabía nada del asistente, solo sabía que era un muchacho joven, en realidad no lo recordaba bien. Sabía que vestia siempre de negro, que le gustaban los jazmines y que adoraba a Lourdes. Ni siquiera recordaba si el día de la fiesta en la casa del embajador, el asistente estaba allí.

Nino Rojas salió de la oficina de Olivier Goutês, fue al bar de siempre y pidió una botella de vodka.
Estaba cansado de recibir pistas que no lo llevaban a ningún lado y estaba cansado de que no aparezca Lourdes Miró.

Por la televisión del local estaban pasando un programa de espectáculos en el que presentaban a un hombre que se había hecho famoso por donar dinero a todos las instituciones benéficas y a todos los que pasaban a su lado.
Era un hombre joven como cualquier otro que se había hecho millonario jugando a la lotería.
Nino Rojas deseó su suerte.

El hombre en la televisión contaba que se sentía muy feliz por la atención que le estaban prestando y decía que no merecía el premio que ganó y por eso quería repartirlo entre todos. Al terminar de hablar, la conductora del programa mencionó los nombres de las instituciones que habían recibido donaciones de parte de este tipo que, ni bien despareció de la pantalla, Rojas ya había olvidado su rostro. La mayoría de las instituciones eran las que Lourdes Miró fundó. Por costumbre y por acción del alcohol, el detective llamó a Gaspar y pidió todo la información que pudiera conseguir sobre el tipo de la lotería.

A la mañana siguiente Gaspar tenía datos del tipo ganador.
No era nadie. Ninguna persona lo recordaba, al parecer no tenía familia y la gente de la televisión había sufrido mucho para conseguir datos reales de él. Pero una persona de la fundación contra el cáncer que había recibido una donación recordaba que el tipo era el asistente de Lourdes Miró. Eso era lo único que pudieron saber.

El detective fue a la fundación a entrevistarse con la secretaría que dijo haber reconocido al tipo afortunado. Ella recordó que lo veía pasar vestido de negro y con un jazmín en la solapa, siempre al lado de la violinista y que él no le prestaba atención a nada que no sea Lourdes y sus necesidades. Dijo que era un joven muy guapo y educado que no volvió a ver desde la desaparición de Lourdes hasta el día en que, personalmente, se acercó a entregar la donación. Es un chico muy amable, muy amable, sentenció la secretaria que no pudo ocultar su admiración al buen corazón del hombre que cada día que pudo, la ignoró.

Nino Rojas fue al canal para pedir información sobre el paradero del afortunado. Como esperaba, esa información era confidencial. Gaspar tampoco la pudo conseguir.
El detective estaba seguro que el ganador tenía relación con el caso de Lourdes Miró, necesitaba encontrarlo y averiguar sus móviles. El asistente tenía que saber algo.

*

Luego de cuatro copas del vino más barato que pudo conseguir, Rojas se fue al quiosco que estaba en la esquina de su casa para comprar un boleto de lotería. Hace algunas semanas que había cambiado el vicio del juego por el vicio de la duda. Hoy se sentía con suerte.

Le pidió al que atendía el quiosco que le de una jugada al azar, pagó y cuando el señor le dio el boleto una brisa muy suave se interpuso entre las dos manos extendidas y uno dejó caer el boleto y el otro no lo llegó a sostener. El boleto voló hasta la esquina y Rojas solo atinó a correr detrás de él. El semáforo se detuvo y el detective vio cómo una mano recogía el boleto que le pertenecía. Se acercó rápidamente y la mano le entregó el papel.
Este es el boleto ganador, le dijo el tipo joven que recogió el boleto mientras le acercaba un billete de cien dólares. Nino Rojas comprendió que era el tipo que lo atropelló y el mismo que vio en el parque.

Usted es el tipo afortunado, le dijo. Déjeme invitarle un trago para festejar su suerte, ofreció. El tipo afortunado accedió y se fueron caminando al bar que Nino Rojas conocía de memoria.

Mientras caminaban, el detective debió hacer un esfuerzo impresionante para que su acompañante no se le perdiera. A pesar de que caminaban uno al lado del otro, el joven se mezclaba entre la multitud y por momentos desaparecía.

Al llegar Nino Rojas le preguntó sobre el boleto ganador de la lotería, el joven contó que le había llegado del cielo, que estuvo en el momento indicado y en el lugar indicado, que había jugado al mismo número toda su vida y que justo fue el ganador.
Nino Rojas preguntó cuáles eran esos números y el joven respondió: son números musicales. Están en cada violín.
Como el violín de Lourdes Miró. Pensó en voz alta Nino Rojas y su interlocutor se volvió pálido y empezó a parpadear aceleradamente.

El joven pidió perdón, se levantó y en su apuro dejó caer el vaso y dos billetes. Se volteó y tropezó con el mozo que se acercaba y que no advirtió los movimientos del pequeño asistente que terminó chocando con la puerta antes de poder salir del bar y desaparecer entre la gente de la calle.

Nino Rojas salió del bar y corrió sin rumbo, el asistente había desaparecido.
Se detuvo y sacó su libreta, pasó las páginas hasta encontrar lo que escribió la mañana siguiente a la desaparición de Lourdes: 5 42 31 43 32 41 leyó.

El detective encontró la pista que le faltaba al hablar con Olivier Goutês y enterarse que Lourdes Miró apostaba a las penta tónicas de sol.
Luego de una larga explicación el maestro le mostró en las cuerdas de un violín, las diferentes combinaciones de dedos y cuerdas que se podrían lograr improvisando con las penta tónicas. Nino Rojas le mostró el papel con los seis números de la lotería y el maestro confirmó que eran la combinación preferida de Lourdes y que el número cinco, para ella, era el de la suerte.

Nino Rojas se despidió del maestro y buscó a Gaspar, le explicó sus sospechas y le pidió que busquen y detengan al asistente de Lourdes Miró y que lo interroguen por el caso.

*

Mientras manejaba camino a la casa del río, Rojas comprendía que entrar en propiedad privada era un delito, y que ninguno de los familiares de Lourdes Miró se lo perdonaría. Pero no perdía nada, además si encontraba alguna otra pista, alguien se lo agradecería.

La casa era pequeña, modesta, si la comparaban con la otra propiedad que las hermanas Miró tenían en la ciudad. Era un edificio de una sola planta. Iba a ser fácil entrar porque la reja principal estaba sin seguro. El detective empujó la reja y recorrió la casa lentamente buscando otra puerta.
En la parte de atrás había una entrada oculta con macetas que daba a un sótano, forzó la portezuela y se adentró en la casa. Subió las escaleras hasta el primer piso. Pasó por la cocina y por una sala que en el fondo tenía cuatro puertas, una correspondía al baño. Registró cada uno de los dos cuartos sin encontrar absolutamente nada extraño. Entró a la última habitación y buscó en cada rincón y en cada armario.

La cama estaba tendida, en el jarrón transparente, que estaba sobre la mesa negra que aparentemente funcionaba como escritorio, había flores frescas. Eran Jazmines. El olor a flores impregnaba todo el cuarto y la limpieza era más notable ahí que en las otras habitaciones. Nino Rojas abrió el armario.

Vestida de gala, sentada en una banqueta con la cabeza de lado y su rubia cabellara recogida en una cola, Lourdes Miró encontró los ojos que la buscaron por medio año y que hasta ese momento esperaban encontrarla con vida.
Parecía que habían pasado horas desde que desapareció. El cuerpo inerte de Lourdes permanecía intacto como si la muerte no hubiera querido llevarsela.

El aroma a Jazmines se metió en el cerebro de Nino Rojas, lo adormeció hasta que se dió cuenta de que estaba frente a un cadaver.
Admiró la belleza de Lourdes, agradeció haberla encontrado y saber quién la mató. Agradeció no haber sido él.

El olor a Jazmines se volvió más intenso y él recordó que había almorzado mucho en la tarde. Contuvo el almuerzo hasta llegar al baño.

*
Lourdes Miro fue encontrada en el armario de su cuarto en la casa del río,con una herida en el brazo, un golpe en la nuca y el vestido negro con las joyas que se puso la noche de la presentación en la casa del embajador, hace seis meses.

Por quitarle el billete de la lotería, el asistente la habría golpeado, pero la frajilidad del cuerpo de Lourdes no soportó el golpe, cayó sobre el violín, este se rompió y lastimó su brazo. Murió sin dolor. Murió a penas el mazo tocó su nuca.

Nino Rojas decidió que no volvería a investigar nada. Que siempre es mejor no saber.
Estaba satisfecho con saber que el asistente permanecería en la carcel de por vida y que él ya no necesitaba del alcohol para olvidar.

Con un violín colgado de su hombro y el boleto con el número 5 42 31 43 32 41 que se jugaba el próximo domingo, Nino Rojas tocó la puerta de la casa de Olivier Goutês.
Era su primera clase y su primer día de su nueva vida



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